febrero 04, 2009

Fotos Veladas

…Todo empieza con un sueño, un sueño del que he despertado muchas medias mañanas pero que siempre olvido. Aquí va, a manera de terapia. Dicen…


Al acercarme pude poco a poco reconocer cada una de las caras que ahí se daban cita. Para mi extrañeza, había gente que yo conocía de diferentes etapas de mi vida, y todas ellas parecían llevarse bien de tiempo atrás. Me elude hasta ahora el motivo de aquella reunión, pero en aquel lugar se encontraban incluso personas con las que compartí mis años en la primaria y demás vivencias de la infancia. Todos parecían estarse divirtiendo, sin embargo yo seguía intrigado sin saber porqué se conocían.

Caminé entre aquellos viejos cuates cuando me topé con una amiga del presente. Más allá de un frío saludo no recuerdo nuestra conversación a detalle, pero en uno de los momentos más lúcidos del sueño, ella comenzó a burlarse de mi mamá, decía que era una ñoña, y al escucharla, su hermana se acercó a nosotros para secundar los penetrantes insultos de la primera. La situación era incómoda, sobreponiéndose este sentimiento a la incertidumbre de aquel escenario tan irreal, cuando otro amigo nuestro se unió con curiosidad a los improperios de las hermanas. No recuerdo haber escuchado de él ataque alguno, al contrario, su propia sorpresa me daba muestras de lo lejos que me encontraba de anécdotas reales, y lo cerca que estaba de despertarme.

Transcurrieron situaciones que ahora me son borrosas, como fotografías veladas cuya memoria escapa a la imagen. Recuerdo que después, habiéndose disipado el enojo hacia mi amiga, permanecimos juntos un rato en el que, como ella suele hacerlo, me mostró videos en su celular, y fue entonces cuando me enseñó uno donde aparecía un hombre extraño al que ella se refirió como “Pilui”. Los “Piluis”, en palabras suyas, eran una suerte de chamanes que además de las cualidades propias de estos, eran doctos en las artes marciales. Al ver el video a través de la pantalla del celular, me fui envolviendo en aquel contexto hasta encontrarme a escasos pasos del hombre. Su apariencia en efecto me recordaba a la de un indígena, su cabello cano y maltratado estaba sujeto a una coleta que le recorría la espalda hasta por debajo de los hombros, y su piel, hendida por el sol, evidenciaba su vejez.

Todo esto, sin embargo, no causó gran impresión en mí como lo hicieron sus brazos. Algo en ambos me sobresaltó; era deforme. Las extremidades mutiladas me recordaban a algún personaje grotesco de Jodorowsky, y al momento en que la repulsión me invadía con mayor intensidad, mi amiga me contaba de su encuentro con el chamán, que según ella era vecino de otro cuate suyo que yo también conocía. Volteé nuevamente a ver su cuerpo. El “Pilui” estaba haciendo gala de sus habilidades marciales y de una certera patada me despidió del sueño. Contundido por el choque de emociones tan ajenas como cómplices levanté el velo de mis ojos rápidamente. Es curioso, una vez despierto no sentí dolor alguno…