marzo 27, 2009

Bien Abiertos

Deseo salir de este cuarto tan pequeño donde apenas sí cabe mi cuerpo de pie. Luz y negrura, cómplices opuestos de esta ceguera. Me yergo tratando de levantar el peso que impide mi camino, para después ser devuelto a la incertidumbre de no saber dónde estoy, suponiendo quizá, la muerte. Toda vida alrededor mío, impávida bajo el brillo que quema desde arriba. Todo está maniatado con rigor. ¡Vaya expresión!, “maniatado”, no se me ocurre otra menos acertada. Y sólo yo puedo andar libremente por cada rincón de esta habitación. Sólo a mí me han perdonado las amarras. Sustancias de extraño color se vierten a través de unos poros que no son míos, navegando por venas que me son igualmente ajenas; todo lo que me rodea y que sufre al compás de unas líneas que suben y bajan y cuyo sonido no distingo, pero veo crestas como dibujos que recorren mi piel y adivinan el estado de ánimo de la habitación entera. Mi piel que mira, libertad sin dimensiones que me condena a ver caer todo lo demás. Quisiera por siempre volver a lo negro. Habría que preguntar a los otros si están de acuerdo.

marzo 22, 2009

Lejos de La Luz

Alguna vez me pidieron que escribiera la sensación de estar ciego. Pensé en ese momento que mi letra era prueba suficiente de que quizás no viera bien en realidad.
Genuinamente a tientas esto fue lo que salió...

Algunas personas consideran que soy ciego, pero con el paso de los años mis manos han adquirido ciertos dones que de otra manera permanecerían arrumbados no sé dónde y que me permiten ver tanto o más que “los que ven”. A través de mis dedos encuentro cada destello de luz que el propio sol me ha negado. Nada de lo que me puedan contar los demás se asemeja siquiera a la sensación que me atraviesa cada vez que toco la arena bañada en la espuma de las olas; textura que contiene tanto significado como puedo imaginarlo.

La ceguera me permite volar porque mis pies no conocen el suelo, éste es sólo un peso que anticipa mi caída al vacío, pero yo siempre floto. La arena es el noble reflejo de que el cemento puede ser blando o el lodo muy duro. Prefiero no saberlo, prefiero sentirlo.

Levanto mi cabeza sin miedo. Sin miedo a ser herido por un rayo de sol, sin miedo a imaginar un cielo que todo hombre cree no merecer al verlo tan lejano, pues para mí, los límites de arriba y abajo son tan altos o tan profundos que no hay frontera que los párpados contengan.

Con mis manos esculpo el rostro de la persona que sólo a través de palabras he llegado a querer. El color de sus ojos y el tono de su piel me son desconocidos, pero su interior parezco tocarlo. Y ha sido esta falta de luz la que me ha regalado el amor verdadero y sin apariencias. He aprendido después de todo, que se puede conocer mejor prescindiendo de este sentido traicionero.